Cronicas del Sur

La Caverna de Las Brujas en el sur de Mendoza

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A la distancia es sólo un punto oscuro sobre la ladera este del cerro Moncol, pero una leyenda sobre brujas, el paisaje desértico de la cordillera en Malargüe y su forma de ojo en la roca, que le da la montaña un aspecto ciclópeo y puede llevar al visitante a sentirse observado, generan un ambiente de misterio. Esa hendija es la entrada a la Caverna de Las Brujas, uno de los principales atractivos del sur de Mendoza, cuya red de túneles de más de cinco kilómetros,  con salas y galerías, lleva a sorprendentes paisajes en la profundidad de la montaña.

 

En ese submundo se pueden hallar geoformas como estalactitas, estalagmitas, columnas, mantos y chorreos, además de salas y oscuras grietas de profundidades  no mensuradas, que son el resultado de movimientos sísmicos, acomodamientos y otros procesos prehistóricos -en especial la circulación de agua y lodo- en los que la terminación fina la dan los goteos de millones de años.

Luego de un suave trekking de unos 300 metros, o algo más, desde la base del cerro se llega a la entrada, a 1.930 metros de altitud, y de unos tres metros de alto por una decena de ancho. Allí, uno es parte de ese ojo que a la distancia parecía observar a los visitantes; pero el paisaje que se ve es mucho más interesante que mirar los turistas: Un valle con matas de verde opaco y los montes que viran del azul al violeta o el marrón y se extienden hasta el infinito, donde se juntan con el característico azul fuerte del límpido cielo de la región.

La postal natural es sólo alterada por la casilla de los guardaparques –la Caverna es una Reserva Natural provincial-  y el camino de ripio que, luego de atravesar una lomada, se pierde entre los cerros rumbo a la Ruta Nacional 40.

BAJO LAS ROCAS

Al traspasar ese umbral, se entra en una penumbra absoluta, que parece más espesa debido al contraste con la claridad de esa zona de Malargüe, donde el astro rey es más rey que nunca en el diáfano cielo de altura. Tras caminar pocos metros se llega a la primera sala, la Sala de la Virgen, donde los guías hacen una parada, apagan las linternas y piden silencio para ambientar al visitante y que perciba con todos sus sentidos el interior de la montaña: negrura total, inmensidad, frío y lejanos sonidos del viento en el exterior o de goteos en las profundidades.

Algunos hablan de “las entrañas de la montaña”, otros de “el corazón del cerro”, entre ciertos lugares comunes para referirse a este recorrido. En esa tendencia a antropizar la naturaleza, esos conductos naturales bien podrían compararse a las ramificaciones de un sistema capilar o a un aparato digestivo en escala gigante, en cuyo caso la entrada no sería un ojo oscuro sino la boca del monte. 

Con una visión técnica, el periodista y experto en geología Julio César Pellegrini explicó a CsM desde San Juan que este tipo de formas se denomina «karst» o que son producto de un «proceso kárstico«, que consiste en la «disolución de la piedra caliza o mármol por medio de agua mas bien fría en áreas donde la roca tiene fracturas». El Pozo de las Ánimas, también en el departamento Malargüe y vecino a Las Leñas, es un atractivo turístico conformado por dos grandes depresiones de unos 200 metros de diámetro y 80 de profundidad parcialmente inundadas de agua dulce, sobre el que Pellegrini precisó que fueron formaciones con un proceso similar al de esta caverna, pero cuyo techo se desplomó y las dejó al descubierto.

ESPACIOS Y FORMAS

La Sala de la Virgen recibió ese nombre porque allí se encuentra una pequeña piedra similar a una imagen de la Virgen. El ambiente es grande: mide unos treinta metros por veinte y aproximadamente seis de alto.

Pero esta amplitud se acaba pronto, porque desde allí, con las linternas y luces de los cascos encendidas, hay que internarse por estrechos pasadizos y hasta arrastrarse por túneles en zigzag, con pendientes ascendentes y en declive. 

Tal es el caso de La Gatera, un túnel en el que la única manera de atravesarlo es gatear su decena de metros, en una experiencia no apta para claustrofóbicos ni gente demasiado robusta.

En todo el recorrido se ven numerosas estalactitas y estalagmitas de diversos tamaños, que se formaron y siguen creciendo por el depósito de minerales que deja el goteo de agua que filtra entre las rocas, a un ritmo de un centímetro cada 1.300 años. Ese goteo se origina en aguas del deshielo, de nieves y lluvias, que se infiltra por las paredes de piedra calcárea de origen Jurásico y arrastra disueltos carbonatos y silicatos que va dejando su sedimento.

En la Sala de las Columnas, esas agujas que cuelgan del techo o se elevan del suelo se unieron y ya no hay goteo sino un incesante y casi imperceptible correr de agua que continúa con su lento depósito de minerales y ensancha las columnas.
La millonaria antigüedad de esas formaciones explica por qué está prohibido tocarlas o interrumpir el proceso de goteo.

Dentro de la caverna hay variadas geoformas que llevan el nombre que su imagen sugiere a la imaginación, como El Chancho, La Boca del Tiburón y La Calavera, entre otros. También está la Estalagmita Gigante, pero en este caso la denominación no tiene que ver con la imaginación, ya que es un hecho que mide 1,58 metro de alto por 1,26 de diámetro.

FRÍO  Y HUMEDAD

Afuera, el sol y la sequedad del ambiente tornan ardiente cualquier superficie de piedra, pero adentro la temperatura baja y la humedad es alta, por lo que es conveniente un abrigo liviano aún en verano.

El piso es sólido, suave y resbaloso, casi siempre húmedo, y requiere de calzado con suela labrada o antideslizante. No obstante, son pocos los sectores de pedregullos sueltos y hay numerosos escalones naturales, a los que los guardaparques agregaron sogas para sostenerse a modo de pasamanos, además de redes de contención en zonas de grietas, y un par de escaleras de metal armadas en el lugar.

Algunas de las paredes son oscuras, a veces debido a la humedad que las cubre, y en otras hay prevalencia de tonos amarillos, ocres y rojizos. Los techos de las salas están abovedados y tienen cristales que brillan y reflectan los haces de las linternas o los flashes de las fotos.

Los guías acostumbran asombrar a los turistas con un experimento, que consiste en apagar todas las luces y en la negrura total disparar un flash contra una pequeña piedra clara, de aspecto poroso, sobre una roca maciza.

La sorpresa es que luego del disparo, la piedra que además semeja un velador, retiene la luz y sigue iluminando en la oscuridad en un tono naranja durante varios segundos. Esta prueba, que también la hacen con igual resultado sobre ciertas paredes, es sólo posible cuando la roca es caliza y cristalizada -carbonato de calcio-, lo que genera reflejos encadenados aún después que se apagó la fuente de luz (en este caso, el flash).

Otras salas, vinculadas entre sí por numerosos pasadizos, galerías y túneles, son las de Las Flores, sobre cuyas paredes abundan coloridos corales, y la de Los Derrumbes, sembrada de grandes bloques caídos, sobre los cuales se formaron varias estalagmitas.

Algunos espacios en los que se puede descansar y relajarse después de pasar por los ajustados pasillos, son las salas de la Madre y de la Arena, la Cámara de los Dioses y el Jardín de las Brujas.

LA LEYENDA

El nombre de la caverna se remonta a una leyenda de la época de los malones, y que cuenta que los indios habían capturado a varias mujeres “blancas”, dos de las cuales se fugaron de las tolderías y, acosadas por sus perseguidores, entraron a este refugio natural. Los indios, quizás conocedores del intrincado laberinto interior no ingresaron y esperaron en la entrada varios días, hasta que una noche vieron salir volando dos lechuzas y supusieron que eran las cautivas, que eran brujas que se convirtieron en esos pájaros  para escapar. Lo más probable es que las mujeres nunca hayan podido salir de la montaña.

Al margen de las lechuzas y algunos murciélagos que se ven en las primeras salas, la fauna de la caverna es escasa y se limita a especies que pueden vivir sin radiación solar, como los colémbolos y los opiliones (pequeños arácnidos).

La Caverna de Las Brujas se encuentra a 71 kilómetros al sur de la ciudad de Malargüe -cabecera del departamento del mismo nombre-  y está abierta todo el año, aunque en invierno con un horario reducido. Si bien sus túneles superan los cinco kilómetros, los recorridos para el turismo se extienden sólo varios centenares de metros y duran aproximadamente dos horas.

La Reserva Natural Provincial Caverna de las Brujas fue declarada Área Protegida por ley en 1990 y sólo se la puede visitar en compañía de un guía autorizado, tras gestionar la excursión en agencias de viajes o la Secretaría de Turismo de Malargüe. (CsM)

Gustavo Espeche ©rtiz

(Derechos Reservados)

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